Libro Vivir en Tango

 


Bailando con las palabras

Agradecimientos

A mis hijos
Pablo, Yanina y Alejandro,
que a pesar de la distancia,
son el motor de todo lo que hago,
gracias por ser mis hijos,
estoy orgulloso de ustedes, los amo!!!

A Eduardo Braier, psicoanalista, músico, amigo y amante del tango . Desde tu Tucumán querido, o Buenos Aires o Barcelona, con esa voz cálida y esa mirada cómplice, me regalaste —casi sin saberlo— el título de este libro.
Me dijiste: “Vos vivís en tango, Raúl”.
Y sí, lo reconozco.
Porque mi vida está atravesada por y para el tango: como actor, como cantor, como bailarín, como difusor… pero también como tipo que anda por la vida buscando contar lo que el tango le dejó en el alma.
Gracias, amigo, por tu generosidad, tu oído atento y por nombrar también la mía —que aunque me sonroje, la abrazo.

Encender el pecho

Ver la presentación del libro de mi amiga Lucía León, La victoria de las horas,
me encendió el pecho.
No solo por la emoción de verla brillar con sus poemas, sino porque, de algún modo, me vi ahí.

Me vi contando por qué escribí Vivir en Tango: crónicas a flor de piel.
Me vi abriendo el alma frente a quienes han caminado a mi lado, y también frente a quienes no conozco, pero que pueden reconocerse en mis palabras, en mis pasos, en mis silencios.

Esa noche pasaron infinidad de imágenes por mi cabeza.
Como si en segundos se desplegara una película: Mi historia con el tango.
Mis primeras clases con cassettes y alma en movimiento.
Las milongas. Los cuerpos que me abrazaron y los que me soltaron.
Las mujeres que dejaron huella, los amigos de escenario, los días de voces y los de apagón.
La pedagogía que fui descubriendo en el cuerpo de otros y en el mío.
Y también las frustraciones, las pérdidas, los “no puedo más” que alguna vez susurré al espejo.
Todo eso me golpeó, pero no como una herida, sino como un llamado.

Esa misma noche, al llegar a casa, no prendí la televisión, no miré el celular.
Me senté. Respiré. Y empecé a escribir.
Como si el “
fueye” de mi vida me hubiese dicho: “dale, es ahora”.
Escribo porque el tango me habita, me atraviesa como algo caliente que no se puede explicar, como bailando con las palabras.

Introducción

Todo empezó cuando era muy chico, en la escuela primaria número 33 de Villa Barceló, Lanús Este. Actuaba en todos los actos del colegio. No sé si era por mi voz potente, por mi buena memoria, por mi sensibilidad extrema... o quizás por un gran deseo de destacar. Con los años —y gracias a la terapia— entendí que tal vez también había algo de inseguridad detrás de ese impulso.

Lo cierto es que el arte, la actuación, el canto, brotaban de mis entrañas. No era una elección, era una necesidad. Como si ya hubiera nacido con esa urgencia de expresión.

Mucho antes de conocer el tango, ya intuía que mi camino tenía que ver con las emociones, con el escenario, con decir algo al mundo. Después vendrían las milongas, las clases, los poemas, los abrazos. Pero todo empezó ahí, con un niño que buscaba su voz entre pizarrones, himnos patrios y un patio lleno de sueños.

Crecí entre calles de tierra, partidos de fútbol, radios encendidas, vecinos con la puerta abierta. El barrio era el escenario de mi niñez, una mezcla de juego y sobrevida. No había tango todavía, pero sí había una forma de mirar el mundo que más tarde reconocería como profundamente tanguera: la melancolía, la esperanza, la pasión, la rebeldía.

El tango me encontró de grande, con dos hijos y un divorcio temprano, pero cuando llegó, no fue como una novedad: fue como un regreso. Como si esa música, ese abrazo, ese modo de caminar la vida, ya estuvieran esperándome. El tango me ofreció un lenguaje para todo lo que sentía y no sabía cómo decir. Me dio un lugar, una identidad, un modo de estar en el mundo.

Este libro, Vivir en Tango, es eso: un recorrido personal, íntimo y a veces descarnado, por mi historia en el tango y en la vida. No es una autobiografía clásica, sino una serie de fragmentos, reflexiones, escenas, versos y recuerdos. Porque así está hecho mi cuerpo: a retazos, a compases, a encuentros.

Y si algo aprendí en todo este camino es que uno no elige del todo al tango: el tango te elige, te espera, te nombra… y te transforma.










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