La historia del Tango 5 - Los Arquetipos

p. José Antonio Navarro
Resulta imperioso conocer, aunque más no sea de manera muy sintética, a los personajes que fueron prohijados por las circunstancias de aquellos tiempos.  Comenzaremos por el proveedor de mujeres a los burdeles de la ciudad... el cafishio, cuya profesión consistía en la explotación de sus mujeres y también en la captación de nuevas pupilas.
Sin embargo, las actividades de este personaje, no iban más allá de la tenencia de una o dos pupilas.  Lo suyo era un trabajo artesanal, cimentado en base a pinta y seducción personal y completamente ajeno a la organización que se requiere para la trata de blancas empresarial, tal como habría de aposentarse en Buenos Aires en la primera década del siglo.
De allí que no resultara extraño que el compadrito, en un alarde de machismo y para mantenerse sin necesidad de trabajar, ya que el esfuerzo no era compatible con su estilo de vida, se convirtiera en un cafishio.
El compadrito, confundido frecuentemente con el guapo o el compadre era, en realidad, un imitador, un guapo sin agallas, un fanfarrón procaz que se distinguía por el alarde de hazañas que no le pertenecían.
El guapo era, en cambio, un personaje temido y respetado. Hombre de palabra, ostentaba el galardón máximo de la hombría que se ganaba sin estridencias ni golpes de suerte. Por lo general de profesión carrero, domador de caballos o matarife, el guapo se movía en un medio difícil y hostil donde el derecho a vivir se ganaba todos los días. Una suerte de mezcla entre el hombre de la ciudad y el campesino. El guapo rendía culto al coraje y estaba, habitualmente, al servicio del comité que alquilaba su valor y su destreza con el cuchillo dándole, como contrapartida, su protección.
En lo que hace a su vinculación con la mujer, el guapo era un solitario por convicción. Buen bailarín, visitaba el prostíbulo para satisfacer una necesidad o bien, para mantener el cartel de hombre entre su gente pero, en su relación con la mujer, jamás mezclaba sentimientos porque no quería que un amor o la familia, lo hicieran titubear en medio de un enfrentamiento.
En la opinión de Miguel D. Etchebarne, esta ostensible misoginia era una forma de defensa contra la mujer.  El guapo sabía que su vida podía terminar en cualquier entrevero o bien en la cárcel si el caudillo político de turno, su protector, lo abandonaba para no verse involucrado en un crimen.
El paradigna de este personaje ha sido descripto por Samuel Eichelbaum en su obra "Un guapo del 900".  Su protagonista, Ecuménico López, que mata para salvar el honor de su caudillo y va a la cárcel, se autodefine con estas palabras... "No soy una taba que pueda cer de un lao o de otro.  Yo caigo en lo que caen los hombres, ni aunque me espere el degüello a la vuelta de la esquina".

 

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